Lo dicen todas las guías, hay que visitar el Rockefeller Center para divisar el skyline de la ciudad desde el Top of the Rock, ir de compras y patinar sobre hielo durante el invierno (si es que lo logra tras una espera de varias horas). Sin embargo, hay otra curiosidad acerca de este mítico complejo de la que pocas de esas guías y recomendaciones se hacen eco: los majestuosos jardines. Una inesperada tranquilidad en mitad de la bulliciosa Quinta Avenida donde respirar aire fresco y obtener una foto digna de postal. Perdón, de Instagram. Con una inesperada tranquilidad, los jardines secretos son el lugar perfecto para tomarse un tiempo de las bulliciosas calles y respirar una nueva y fresca perspectiva. Aquí los años de la Gran Depresión (época en la que fue construido el edificio), no se perciben.
“La sala de meditación de la ONU, tienes que ir”. Me lo chivó la profesora de yoga que tuve durante el tiempo en el que viví allí. ¿En la ONU?, pensé yo, pues sí, en la ONU. En las entrañas de este edificio que, a pensar de encontrarse en la esquila de la calle 42 con la Primera Avenida se considera territorio internacional, existe una Sala de Meditación cuya entrada es totalmente gratuita y abierta al público. Y aunque hoy en día solo sea posible visitarla, y hacerlo bajo estrictos controles de seguridad, es una curiosidad interesante dentro de la mole que supone el emblemático complejo
Si hay un adjetivo que jamás acompañaría a la estación Grand Central es susurro. Y es que uno de los lugares más transitados de la ciudad, donde también se puede comer y muy bien dentro de su galería dedicada a comidas, es también uno de los más ruidosos de Nueva York. Pero con una excepción: la Galería Whispering. Esta pequeña sala que no mucha gente conoce de la estación permite, gracias a su inusual diseño de las paredes, que el sonido viaje a través del techo abovedado de modo que dos personas paradas en arcos diagonales puedan escuchar los susurros del otro. ¿Magia? Claro, es Nueva York.
El financiero John Pierpont Morgan construyó este oasis de paz en mitad de la transitada Avenida Madison para albergar aquí su particular colección de libros, curiosidades y arte. Si bien en un principio se trató de una iniciativa privada, en 1924 se abrió al público hoy es posible visitar los tesoros que encierra, que incluyen obras de Leonardo da Vinci y otros maestros del Renacimiento, así como manuscritos y cartas originales de remitentes tan heterogéneos como Jane Austen, Charles Dickens, Bob Dylan y muchos otros. Cierto que la sombra de museos de fama internacional como el MET o el MOMA es tremendamente alargada, pero mirando el lado positivo de las cosas, tal vez sea este el motivo por el que esta joya no es uno de los museos más conocidos de la ciudad, y que ni falta que le hace. Un detalle, ¿acaso alguien puede resistirse a entrar en un edificio Victoriano que contiene los Evangelios de Lindau, cuyo origen se remonta a la Edad Media, o partituras intactas de Mozart o Chopin en mitad de Manhattan? Ya me sé la respuesta. Y encima, es muy habitual que en el foyer principal se ubique un trio de violines
Poner un pie en este hotel es como adentrarse en una película de Wes Anderson donde no faltan los botones uniformados y sus habitaciones tematizadas. Construido en 1908 para alojar marineros, en 1912 también pasaron por aquí los supervivientes del Titanic. Tras años de hastío, durante los años 80 y 90 el hotel formó parte de la cultura bohemia de NY y fue sede de numerosos eventos de rock and roll con todo lo que eso conlleva. Aquí no hay lujo del que se mide en estrellas, teniendo en cuenta además que las habitaciones estándar ni siquiera cuentan con baño propio, pero sí mucha diversión en un hotel con nombre propio (The Jane, claro). Y aún hay más bondades para destacar. La primera de todas ellas, su ubicación que, en pleno West Village, no tiene parangón; El Museo Whitney, la High Line y el distrito del Meatpacking (antigua zona de mataderos que hoy es un barrio carísimo) están tan cerca que ni siquiera hará falta coger ninguna de las bicicletas gratuitas del hotel. Ah, su restaurante, Old Rose, ofrece un interesante menú de brunch durante el fin de semana y su tostada de aguacate es, cómo no, la reina del lugar.
Nadie en su sano juicio se plantearía viajar a Nueva York para comer en un restaurante ucraniano de la segunda avenida, a menos que alguien le aconseje, encarecidamente, visitarlo. Siguiendo el consejo de alguien que vivió en la zona, fuimos. Este popular barrio, que ha sido epicentro de inmigración ucraniana de Manhattan, ha dejado paso, básicamente porque no le ha quedado otro remedio, a jóvenes estudiantes, hipsters, artistas y vecinos con mayor poder adquisitivo en general, aunque, y afortunadamente, aún queda parte del legado ucraniano, aunque sea escondido en un vestíbulo. Y aquí se sirven excelentes versiones de platos reconfortantes de Europa del Este, desde pierogis hasta repollo relleno o gulash, rodeadas de emigrantes con muchas ganas de contar historias. Esto es sin duda lo mejor del menú. Si bien el Ukrainian East Village no es un lugar para iniciados en la ciudad (lo siento, no sirven hamburguesa), sí ha sido un elemento básico del vecindario durante décadas, y sigue siendo un lugar de visita obligada para aquellos que desean probar el antiguo East.
Un café, una librería, una obra de caridad
Esta hermosa librería del bajo Manhattan (en pleno Soho, para ser exactos) es un lugar de reunión frecuente de poetas, artistas demás activistas sociales que han encontrado en Housing Works un lugar donde crear, comunicar, tomar buen café y hacer una buena obra, valga la redundancia, ya que aquí todos los ingresos van destinados a la lucha contra el SIDA y la falta de vivienda. Housing Works pone a disposición de sus usuarios en su propia web un calendario de eventos que incluye lanzamientos de podcasts, lecturas de poesía y concursos de narración en vivo y demás actividades culturales entre las que merece la pena mezclarse aunque estemos de visita. Y ahí va otra otra excusa: su café es excelente.
La estación fantasma
Muchas ciudades tienen una estación de metro en desuso. En el caso de Nueva York, City Hall fue una de las estaciones de la primera línea de metro de la ciudad, pero quedó inactiva en 1945 debido a la falta de infraestructura y a otros intereses. La estación está enterrada debajo del edificio gubernamental más antiguo de la ciudad, la carga histórica de este lugar es un suma y sigue constante, y aunque no es la única estación abandonada de Nueva York, sí que es la más bonita. Construida sin escatimar en detalles bajo un más que interesante Art Decó neoyorkino plagado de curvas de ladrillo abovedadas y cristaleras que hacen las veces de tragaluz, todo fue diseño del valenciano Rafael Guastavino. La actual línea 6 de metro atraviesa esta estación de forma tan fugaz que apenas da tiempo a ver los preciosos candelabros de latón que iluminan los vestigios de un final que llegó demasiado pronto, así que para prestarle la atención que merece, el New York Transit Museum ofrece visitas guiadas.